Hace pocos ayeres, me encontraba en debate con una amiga personal sobre las declaraciones de un artista considerado una leyenda viva del rock n’ roll, cuyo auge se vio marcado por la década de los hijos de una generación silenciosa.
El motivo de la enfrenta fue un material de video (una entrevista) en el que a esta “leyenda” se le cuestionaba sobre su reconocimiento alrededor de una agrupación juvenil de éxito en nuestros tiempos; al poco tiempo, el entrevistador reproduce una grabación previa en la que los integrantes de esta entidad comienzan a recitar con júbilo de uno de los hits de nuestro “ídolo no certificado”, a la postre, finalizando la presentación, se aprecia cierta incomodad de parte del “baby boomer”, siendo que su persona se limita a soltar una frase cuya entonación se desvía por completo de la pregunta en cuestión.
Sucede que éste hecho ocasionó entre mi colega y un servidor, unos desencuentros en verso que llevaron a formar dos posturas, para el caso, citando las palabras de ella:
“¿La neta?, si me ofende, porque crees que un grupo actual que es muy famoso no puede ser igual de bueno o mejor que los grupos pasados que a ti te gustan”
Por su puesto la intención de exhibir sus palabras no es con el afán de humillar, al contrario, son el de resaltar un hecho que eventualmente desarrollare más adelante. Retomando el punto anterior, he de confesar que la frase de la distinguida hacia los subtemas de nuestro debate, enfocó una opinión que no demuestra las virtudes de la mía, ya que ciertamente creo que en tanto no existió un pasado glorioso, como el futuro nos impulsa a mejorar. Ahora bien, la exposición de esta anécdota me sirve como introductorio para citar la premisa básica.
“Sobre gustos no hay nada escrito”
-Proverbio popular.
Curioso es, analizar la disputa entre mi igual y mi persona, el cómo, dos personas están dispuestas a defender lo que consideran suyo, en este caso: la música
Es menester, formalizar que los ritmos sonoros son el “habla universal” capaz de avivar sensaciones únicas, dado que podríamos plantear una situación al escuchar a una persona entonar una melodía cuya lengua materna es distinta de la nuestra; en primera instancia no comprenderíamos el significado de sus palabras, pero si pudiéramos discernir aquello que quiere transmitir, o en un aspecto más profundo, lograríamos “sentir” lo mismo que él, al comprender sus declaraciones sonoras.
Desde los días primitivos, la capacidad de testificar un legado nos ha obligado a crear vías de comunicación para con nuestros similares, cuando que de esta manera comenzaríamos a emitir sonidos meramente guturales, para posteriormente buscar otorgarle un patrón rítmico con entonación hasta establecer una conexión más artística, dotándole de razonamiento y simbolismo.
Pasadas las décadas, en el auge de las civilizaciones madre, un factor bautizado como evolución nos previó al desarrollar las “relaciones personales” entre el prójimo, dicho concepto rodea a un grupo de personas cuyos lazos se alinean en base a la identificación por medio de un “algo”, fundamentado en características o propiedades pares, no obstante, para acercarnos a ese ideal, primero, el individuo busca florecer una identidad, que nos expondrá a la percepción ajena en lugares en los que dominemos la sensación de integridad, a esto se le conoce como “sentido de pertenencia”.
Es en esta intersección cuando ártico y antártico se enlazan, para el ser humano, la música figura como una herramienta de aprendizaje, un estímulo que nos incita a desarrollar otras áreas del cerebro dado que las melodías tienen una conexión especial con las emociones algo idóneo para alterar nuestra frecuencia cardiaca. Por ejemplo, al entonar el himno nacional del país al que perteneces en un evento en el que participe (véase los juegos olímpicos), percibirás sensaciones como orgullo, coraje o felicidad, siendo estos los momentos cuando nos permitimos experimentar la asociación entre la música y el sentido pertenencia.
MÚSICA, SOCIEDAD Y EL VALOR DEL GRUPO
Adentrándonos en terrenos colectivos, como ya exponía, es natural adquirir grupos de convivencia semejantes a los gustos propios, en vista de proyectar una identificación subjetiva respecto a la comunidad en donde nos sentimos aceptados. Las mismas se ven reunidas por un “algo” como bien podrían ser las aficiones compartidas, realizando mi señalamiento clave en los gustos musicales.
El tipo de música que escuchas, se ve en parte justificado gracias a la cultura que te circunda, representado por las personas con las que te congregas o los lugares a los que asistes, según sean cercanos a tu persona. Eventualmente una vez comienzas a escuchar cierto arquetipo musical bien podrías adquirir manías propias de la escena, reflejados en aspectos como la vestimenta, los modos de lenguaje etc.
La referencia que cito son las comunidades de contra cultura. Tribus urbanas que se asocian en base al sentido de pertenencia cultural impulsado por un género musical en específico. Las pautas en los mismos son patrones de hermandad que involucran una identidad exhibida por los gustos musicales, el estilo de vestir, las actividades recreativas y el uso de cierto tipo de jergas lingüísticas.
Desde el inicio de la década en donde se motivó la expansión musical, los 60’s, se han ido manifestándo diversas subculturas que han musicalizado generaciones. Sin ahondar demasiado, en la referida época surgieron comunidades como los “hippies”, misioneros del “Love & Peace” con bandas como “The Beatles” o “The Rollings Stones” liderando el movimiento.
https://www.youtube.com/watch?v=9-bGJcah2WI
En consecuencia, los 70’s trajeron consigo a los “punks” con generaciones de músicos con un movimiento estético-musical claro, gracias a bandas como “The Ramones” o más recientemente gente denominada como “emo” en los 2010’s fueron parte de una exposición causal gracias a sus cualidades.
MUSICA, SOLEDAD Y EL VALOR DEL RECUERDO
Como ya promulgaba, las melodías tienen una conexión especial con nuestras emociones, nuestra forma de añorar experiencias pasadas es por medio de la creación de las “ventanas del recuerdo” activadas gracias a los sentidos sensoriales, los humanos tenemos la fascinante capacidad de recordar un evento mediante el sentido del olfato o del oído.
Maravilloso es enunciar como las clases de sonidos por las que adquirimos respuestas estéticas se ven determinados quizás por métodos biológicos o llanamente por la exposición de una cultura citando párrafos anteriores.
La música es capaz de alterar las formas de vida basadas en carbono, buscamos una tendencia que bien pudiéramos asociar con aquello que conocemos; una vez que resolvemos el cómo la norma es unir a una canción con diversas experiencias como lo podrían ser un viaje, una persona, un objeto o un día especial de nuestras vidas llegaremos a entender como esa melodía pasa a ser parte de nosotros gracias a esos recuerdos que bien valoramos, al punto de sentirla como “nuestra”. Puesto que dé nos ser por este arte atemporal, muchos momentos en nuestra existencia habrían sido difíciles de superar o más solitarios.
De esta manera declaro como una simple armonía o un beat puede representar un radical estado de ánimo; las canciones son capaces de expresar complejas alteraciones químicas en nuestro cerebro, porque de cierta manera esto es una extensión del mismo, de nuestra identidad, del sentido de pertenencia.
“La música es energía; un estado de humor, una atmosfera. Un sentimiento”
-Kurt Cobain