El rock como todo llanto: Una opinión sobre la tragedia de Olavarría

Indio Olavarria

Vista desde un drone del concierto de Indio Solari en Olavarría. Fuente: Infobae

Me tomo la libertad de tomar prestado el título del texto de mi amiga y colega Yanina Páez para comenzar estas humildes líneas sobre lo sucedido la noche del sábado 11 en Olavarría. Porque lo que pasó no tiene manera de definirse si no es como llanto. Pasaron más de 12 años desde Cromañón, la tragedia más grande del rock argentino, y parece que no sólo no entendimos nada de nada, sino que la música vuelve, cual cruel juego de mesa, a retroceder varios casilleros. La ‘cultura del aguante’ en fatal paroxismo, la desidia estatal, el negocio por sobre todas las cosas, el artista que no ve (o no quiere ver) hasta dónde pueden llegar sus costumbres en vivo. Escenarios repetidos y una vez más la muerte como desenlace.

La noche de cristal que se hizo añicos

No hay cronología de aquella noche que no coincida en ciertos puntos clave: la concurrencia que excedió los cálculos, la falta de control en entrada, la falta de señalización o de ciertos elementos de salud, higiene o iluminación en tramos de la salida, los excesos de ciertos grupos que siempre pueden –y esta vez terminaron por lograrlo- opacar lo que es una celebración. No hace falta ahondar lo que ya se escribió, y mucho, sobre los errores organizativos de la ‘misa’ del Indio Solari. Sí hace falta volver a saber que una vez más, nuestro rock se convirtió en llanto.

Llanto porque no sabemos cuidarnos como público y nos dejamos caer de nuevo en la ceguera de hacerlo todo por un ídolo, lo que incluye ingresar a un recital sin entrada, provocar avalanchas sólo por estar cerca del cantante, o que algunos (por suerte no la mayoría) abusen de sustancias y alcohol para demostrar cuánto rock tienen encima. Llanto porque la organización definitivamente no hizo las cuentas correctas de cuántas ambulancias, puestos sanitarios o personal de seguridad necesitarían para garantizar un concierto con las mínimas normas de cuidado para el público, provocando un riesgo enorme para quienes iban a disfrutar de un espectáculo musical. Llanto porque las autoridades estatales, desde el intendente de Olavarría hacia abajo, quieren lavarse las manos de lo que pasó, sabiendo que son responsables por todo lo que faltó, desde la señalización, los puestos sanitarios, la falta de policías para asegurar controles, o el simple hecho de desentenderse de que a un recital del indio siempre (siempre) va muchísima más gente de lo esperado y no actuar a tiempo para prever los problemas ocasionados por una ciudad cuyo número de habitantes se multiplicó en una sola noche.

Llanto por los muchos pibes que llegaron días después de lo previsto a sus casas, y por los que aún no regresan. Llanto porque los dos pibes que murieron no van a volver nunca a sus casas, a sus familias, a sus amigos.

Vivir costó vida

Es necesario replantear una vez más, como hace más de 12 años, qué nos pasa como parte del rock. ¿Qué nos sucede cuando por ir a ver a nuestro artista preferido hacemos hasta lo criminal? ¿Qué tan mal estamos para permitir que hayan conciertos sin las mínimas condiciones? ¿Es necesario que todo esté tan mal para poder mantener nuestro estatus de que como rockeros nos las bancamos todas? ¿De qué vale ser el público más duro, más poguero, más ‘fiel’, más seguidor, si no podemos exigir que nos respeten dándonos lo mínimo para nuestra seguridad? ¿A quién le sirve presumir de estar en un recital donde todo en el lugar es adverso excepto la persona que toma el micrófono?

Y es aquí donde hace falta tocar otro de los puntos clave, y desgraciadamente, controvertidos, de todo el asunto. ¿Es absolutamente necesario que el rock sea un culto en donde soportamos lo que sea por el ídolo musical? Es completamente cierto que el Indio Solari, tanto como parte de los emblemáticos Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota como en su trabajo solista, ha generado un impacto social que excede lo cultural. El arraigo que su figura, a través de su música, genera en millones de argentinos, es innegable bajo ningún punto de vista. Pero esto no es carta blanca para que el mundo ricotero tenga que pagar el precio del mito del Indio: un concierto por año, cada vez más sobrepoblados por la negativa de la organización a revisar si la entrada está o no, con elementos de seguridad que ‘misa’ a ‘misa’ brillan más por su ausencia.

Esto es algo que nos toca como público. Como persona que va a recitales, que ve bandas constantemente (locales y nacionales), entiendo lo que se puede generar por una figura de la música. No me es ajena esa sensación colectiva de la canción favorita, esa que te identifica como nadie, sonando mientras cantás a los gritos abrazado a una persona que no conocés, pero que por estar ahí se convierte en tu amigo del alma por unos segundos. El disfrute masivo, la adrenalina a tope y el corazón que explota mientras suenan esos acordes son sensaciones únicas en la vida. Pero no por eso vale todo por vivirlas. Especialmente cuando vivirlas puede llevarte a morir.

Él no se cayó del cielo

Existe otro punto a abordar en todo esto, en sintonía con lo que se mencionó recién. Así como puede resultar totalmente letal la actitud de un público fanatizado, igualmente letal puede resultar el carácter pseudo-mesiánico de quien genera tal fanatismo. Carlos ‘Indio’ Solari es humano, igual que yo, igual que vos. Sí, su capacidad para generar canciones es excepcional, yo no lo tengo, y quizás vos tampoco. Aún así, construir una idolatría alrededor de ese talento enceguece. Y desgraciadamente, esa ceguera fue usada por Solari. Sino no se explica el por qué de un solo concierto al año, con las dificultades en seguridad, salud, organización en general que eso implica, especialmente cuando el número de presentes es mayor en cada ocasión.

Profundizo más en el papel del Indio en lo sucedido en Olavarría: no es ajeno a ninguno de los desastres acontecidos. Se podrá decir que la productora no es de él, que el predio es de un privado, que la seguridad y demás estaba a cargo de la intendencia y otras cuestiones. Pero a menos que el Indio viva en una cápsula y sólo vea la luz del sol para dar sus conciertos, quien da el visto bueno a los métodos de armar sus recitales sigue siendo él. No es posible que el tipo esté frente a sus cientos de miles de seguidores y no se dé cuenta de que el lugar esté excedido de capacidad, o que al menos conozca las catástrofes que un gran número de personas puede llegar a sufrir en carne propia, sea en partidos de fútbol (la tragedia de la ‘Puerta 12’ en la cancha de River, en 1968) o en congregaciones religiosas (en 2015, una avalancha humana de peregrinos a La Meca dejó un tristísimo saldo de más de 700 muertos). Imaginen en un evento que reúne el sentir futbolero con la imaginería mística. El Indio Solari cargaba con un Cromañón ambulante año a año. Desde su experiencia como público, y como músico en lugares de mala muerte hasta los grandes estadios, no es posible que el cantante no se diera cuenta de la situación. Y si no se dio cuenta, su ingenuidad u omisión frente a la inmensa masa que corea sus canciones sigue siendo criminal.

Los únicos héroes en este lío

Como conclusión de estas líneas, toca decir que todo esto es nuestra tarea. Nos corresponde como público exigir lo mínimo e indispensable para volver tal como entramos a un recital. Pedir que haya condiciones seguras de concierto. Dejar de aceptar infiernos encantadores sólo porque está nuestra banda del alma o cantante favorito. Ya hubo una gran labor de la gran mayoría del pueblo ricotero en buscar a las personas perdidas, en conseguir números de teléfono y ubicar a quienes aún faltaban por regresar de Olavarría, en un acto de solidaridad y humanidad que el Estado ni siquiera intentó hacer, que los medios de comunicación no estuvieron interesados en realizar y que no encontró voluntad en el silencio de Solari y la organización.

Digo que nos corresponde a nosotros, personas que pagamos la entrada, que compramos discos, que viajamos kilómetros para ver artistas, que nos metemos en el barro de las tocadas y recitales. El rock y la música en general no existirían sin las personas que consumen, que se hacen presentes, que viven este arte. No tenemos por qué tolerar la desidia y la inacción de las autoridades estatales, las productoras irresponsables o los artistas obnubilados por el éxito o por vaya a saberse qué. No podemos esperar que nos pidan perdón, que arreglen todo por nosotros, que actúen a tiempo, porque ya volvimos a vivir un nuevo Cromañón el sábado en Olavarría. Si es utópico pretender que el Indio baje de su estatus de divinidad para dar una respuesta sobre lo que pasó, imagínense de la productora que hace años que lo acompaña en sus ‘misas’. Imagínense desde la política. Exigir que el rock sea seguro es nuestra tarea. Este asunto está ahora y para siempre en nuestras manos.

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