La lluvia cae y cae y no dejará de caer en ningún momento, y sin embargo no se ve una sola cara de fastidio ni aburrimiento entre el público. Es que tener la posibilidad de ver en vivo a los Rolling Stones es algo casi sagrado. Es ser testigo del grupo que redefinió el concepto de “estrella de rock”. Esos músicos de los que se seguirá hablando décadas después de su muerte, cuando ese chico de 15 años que aguanta estoicamente la presión en la primera fila, le cuente a sus nietos “Yo tuve a Richards mirándome a la cara”.
“Start Me Up” arranca el show y tiene la habilidad de despejar las nubes. Hasta los dioses abren los cielos para ver el show de sus majestades satánicas. “It’s Only Rock N’ Roll (But I Like It)” dice la segunda canción, pero créanme que es mucho más que eso. Ya de entrada Mick Jagger se destaca por sobre el resto, con una actuación realmente inexplicable. A sus 72 años su estado físico y vocal asombra, va de una punta a otra durante “Tumbling Dice” y tiene a 50.000 personas que no pueden sacarle la mirada, lo cual es todo un mérito cuando tiene a semejantes monstruos que lo respaldan.
Las canciones más directas son el punto fuerte del show; “Street Fighting Man”, “Brown Sugar” y “Jumping Jack Flash” respaldan la leyenda de la mejor banda de rock and roll del mundo. En esos momentos no hay nadie que les gane. “Anybody Seen My Baby?” es una linda sospresa, pero se nota un poco que es una canción que no suele estar en el repertorio de siempre. Lo mismo podemos decir de “Can’t Be Seen” que sin duda es el momento más tibio del show. Aun así se les valora el gesto de querer desempolvar gemas constantemente.
Si bien la elección del repertorio es variada, hay una intención de rockerizar todo. “Miss You” a tres guitarras no pierde el groove, pero si la esencia disco de la grabación original. Lo mismo “Midnight Rambler”, usada siempre para improvisar sobre compases de blues, acá suena de manera más rabiosa y eléctrica, casi hard rock.
A pesar de las bajas en la banda por la muerte de Bobby Keys y los compromisos de Lisa Ficher, si uno presta atención puede ver como las estrellas se apoyan mucho en sus músicos, sobre todo en el tecladista Chuck Leavell que casi es el director de la orquesta. Y a la corista Sasha Allen no le quedan grandes los zapatos de Fischer en “Gimme Shelter”.
En cuanto a los Stones, Richards sigue teniendo la mística y esencia de siempre, aunque se muestra errático con su instrumento por momentos. Ronnie Wood es el más enganchado con el público y se lo ve metido en el show y asertivo a la hora de los solos. Charlie Watts como siempre es el más profesional, el más concreto y el más certero. Y bueno, Jagger solo incrementa su figura según pasa el concierto.
Muchos músicos matarían por haber compuesto una sola de las canciones del repertorio. Los Stones las tiran como si fueran caramelos; la maldad de “Paint It Black“, el fervor de “Honky Tonk Woman“, el desenfreno de “Sympathy For The Devil“, la emocion de “You Can’t Always Get What You Want“. Cada uno con un género musical diferente, para esos herejes que acusan a la banda de solo hacer rock and roll cuadrado. Pobre de ellos.
Promediando los 70 años, a la edad que todo el mundo quiera parar, no trabajar más, relajarse y disfrutar, los Stones siguen eligiendo venir al fin del mundo, quedarse diez días en nuestro país y y dar y recibir el amor de la gente. Y no tienen la necesidad de hacerlo. El rock es una pasión dicen. Nadie puede hacer lo que hacen los Stones sin pasión. Nadie puede aguantar horas de lluvia como el público si no es por algo que lo apasiona. Los Rolling Stones atraviesan generaciones, familias, amigos, historias, amores y desamores. Todo eso se nuclea durante las dos horas y media del show y también durante las horas previas y posteriores. Esos motivos serían suficientes para asistir a uno de sus shows, pero por suerte, tenemos el plus de uno de los mejores shows sobre el planeta tierra. Sentite orgulloso. El planeta tiene millones de años y pudiste ser testigo de la banda de rock más grande de la historia.