La muerte del Coldplay ‘rockero’

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Coldplay en el O2 Arena de Inglaterra, presentando su penúltimo disco Ghost Stories. Fuente: Google Imágenes.

Vengo a traerles una mala noticia. No es que me guste siquiera a mí decirlo, porque a mí tampoco me resulta agradable ni nada cercano. El caso es que, así como Nietzsche nos avisó que ‘Dios ha muerto’ para dar paso a una de sus líneas filosóficas más fuertes, aquí vengo yo a declarar la muerte de Coldplay en el rock. Tampoco es que Coldplay fueran los dioses del rock, pero eran un nombre necesario hace varios años y hace poco más de dos semanas han declarado definitivamente su deceso en el género que los vio nacer, todo por perseguir un sonido totalitariamente popero y feliz que no tiene absolutamente nada que ver, y a la vez sí, con sus inicios en la música. Ahora pasaré a explicar cómo se dio este fallecimiento, pero les repito: en el terreno del rock, Coldplay han muerto.

La marea del mercado

Pues bien, lo primero es hacer un repaso histórico, que además corresponde por estar hablando del paso a la eternidad de alguien, en este caso de un grupo: Finales de los ’90, el declive del grunge era cada vez más notorio y el ingreso del nü metal al frente de los reflectores mediáticos era casi un hecho. El britpop también parecía extinguirse, y así como surgió ese engendro llamado ‘post-grunge’, podríamos mencionar un ‘post-britpop’ con grupos como Travis, The Libertines o Keane (por nombrar sólo tres y de los más reconocidos). Las grandes bandas del rock ya estaban convirtiéndose en parte del decorado de la historia de la música en vez de quienes llamaban la atención, y por ende, había muchos espacios vacíos que rellenar, y las modas sonoras a un lado y otro del Atlántico ya no podían. En ese contexto surge Coldplay.

Y a pesar de ese modesto nacimiento, no es posible decir que Chris Martin y sus amigos la tuvieron difícil. Sí, se puede mencionar que los primeros epés del grupo no fueron de lo más destacado en esos años o que se vendieron por montones con gente desesperada por tenerlos (ni hablemos de ese infame cassette ‘Ode To Deodorant’, cuyas canciones sólo permanecen como una rareza de internet), pero ese primer material les dio el paso a la reconocida discográfica Parlophone, donde eventualmente lanzaron su debut Parachutes. Desde ahí, podemos decir que el resto es historia. Pero el punto es que sus inicios no fueron de lucha y persistencia como la de otros grupos que sí batallaron y bastante para un modesto contrato de grabación, mientras que los británicos, a dos años de su primer lanzamiento oficial ya tenían sus papeles hechos con un sello grande de verdad. Evidentemente, no fue porque fueran los Frank Zappa del nuevo milenio, sino porque era más que obvio que los ejecutivos en Parlophone vieron en Coldplay un potencial comercial enorme. Yellow y todo lo que vino después confirmó esa premonición.

Entonces, hecho este brevísimo repaso a su origen, se puede decir que Coldplay no iban a ser los abanderados del indie más combativo y vanguardista, sino más bien quienes recogieran el estandarte caído, roído y desgastado del britpop. Y no es que esté mal ser comercial ni nada de eso, se puede ser accesible y aún así dar grandes muestras de solidez musical. Y sino que se lo pregunten a Dave Grohl, o a los miembros de AC/DC, y la lista podría seguir por horas. Pero retomando el punto, Coldplay siempre fueron comerciales, no porque se lo propusieran sino porque estaba en sus genes, en su estilo, en su esencia. Parachutes, pese a ser un gran disco, honesto, contundente a su manera, es especialmente fácil de oír, disfrutable en demasía, coreable en cualquier lugar y momento. Sus discos sucesores también, cada cual a su manera, cada cual con su cuota de experimentación o de fuerza, pero seguían siendo portadores de canciones sencillas que no suponían un desafío auditivo y bien construidas, con una habilidad por parte de sus hacedores por crear adictivos hits en cada álbum. ¿Por qué sigo diciendo que asistimos al funeral de Coldplay?  Porque el mercado se los fue llevando tan gradualmente que ni siquiera ellos se dieron cuenta, y terminaron haciendo ese desgraciado disco llamado A Head Full Of Dreams, ataúd musical de la banda y epítome de su mercadotecnia personal.

Cambiar el mundo, un estadio a la vez

Así como digo que siempre hubo ese componente de mainstream en toda la música de Coldplay desde Parachutes, no siempre se dio esa arista trascendentalista, ese espíritu de querer llegar a todos los corazones, esas ganas de ser más grandes que la vida misma. Todo eso apareció junto con otro pico de su escalada de popularidad en la industria musical, su tercer álbum X&Y, que a la vez le abrió las puertas a la fastuosidad expansiva de Viva La Vida Or Death And All His Friends. Fue en ese período, 2005-2008, en el que el cuarteto pasó de ser una tuerca más en la oxidadísima máquina de hacer billetes de alguna multinacional a convertirse en la mano que aprieta el botón de esa misma máquina.

No me malinterpreten, puedo defender a Viva La Vida Or Death And All His Friends a capa y espada, lo considero su mejor álbum y una verdadera maravilla en lo que va de este nuevo milenio, su pico creativo y uno de esos trabajos que poquísimas veces se vuelve a repetir en una banda por lo bueno que es. Pero también esos años fueron la señal definitiva de que estaban en la cresta de la ola comercial. Y toda ola tiene su final, sea uno digno y poéticamente bello en la lentitud de la playa, o uno magnífico, grandilocuente, pero de brutal colisión contra las rocas. Viva La Vida Or Death And All His Friends fue decidir por el segundo, y así lo probaron las sucesivas giras, cada vez más extensas y en sitios cada vez más grandes. Coldplay ya no fue una banda, fue una especie de misión. Y los medios a su alrededor se encargaron de que el mensaje subyacente fuese cada vez menos importante. Con los singles, los videos, Chris Martin sonriendo mientras le da a su guitarra acústica terminaba siendo suficiente. Venta de discos, arenas de estadios colmadas, espectáculos cada vez más producidos y llenos de accesorios, misión cumplida. Un día chocarían contra la costa rocosa y hace días sucedió.

El colorido Hyde de Chris Martin

He aquí el punto fuerte de mi tesis: Con una esencia musical signada por lo masivo, y una especie de fe en las audiencias cada vez más grandes, era cuestión de tiempo para que la metamorfosis del grupo fuese completa. Casi como Anakin Skywalker convirtiéndose al lado oscuro de la Fuerza: teniendo el poder de traer la paz definitiva, el muchacho encuentra el amor y se va todo al carajo, terminando por ser aquello que debía destruir. Cumplida mi cuota de Star Wars en esta nota, paso a explicar que lo mismo le ocurrió a Chris Martin y compañía, porque pudiendo ser la nota de calidad en el mundo del mainstream musical, comenzaron a inclinarse por el declive del ultrapop. Pudiendo contribuir a una democracia de las bandas de la industria musical, optaron por coparlo todo cual totalitarismo popero. Y así llega Mylo Xyloto, el baño de diversión-superficialismo-arcoiris-felicidad que transformó a Coldplay en una banda pop. Aquí debo decir que disfruté y mucho de Mylo Xyloto y su secuela calmada en Ghost Stories, pero cada paso que daban me provocaba más y más miedo al saber que tenían nuevo disco. El anuncio de A Head Full Of Dreams llegaría sólo para confirmar esos temores, y su primer adelanto, Adventure Of a Lifetime, corroboró el horror.

Es en este preciso punto donde incluiré la última metáfora: una banda que tiene dentro de sí misma el cielo y el infierno, el mainstream y las buenas canciones, pero que se transforma en lo peor que encierra su propio ser. Coldplay era ese Dr. Jekill a quien se le podían perdonar sus errores porque seguían haciendo sus tareas, pero cada vez más con mala gana. Un día, Jekill se convirtió en Mr. Hyde, en ese monstruo que siempre llevó adentro. Coldplay es hoy el Mr. Hyde del ultrapop comercialísimo que no deja nada a su paso sin embadurnar violentamente de colores tan brillantes que ciegan, que no deja oídos sin aturdir con lo más burdo de la industria musical, atropellando todo con su alegría como un Godzilla feliz de la borrachera. El punto de no retorno, el pecado imperdonable, no es que se hayan pasado al pop. Es que lo hacen tan mal que se perdió la esperanza de que vuelvan a hacer rock del bueno, de ese que hicieron hasta Viva La Vida Or Death And All His Friends.

Sí, Coldplay se murió para el rock. Lo hicieron en 11 canciones, una más simplona que la anterior, sin sentido, sin significado, sin mensaje más que el disfrute hedonista, el gozo tautológico, el placer porque sí. Cavaron su propia tumba, a la medida de sus ambiciones expansivas cual ejército invasor, con lo más negativo de ellos mismos que irónicamente resultó lo más alegre de ellos. Y no digo más porque aunque haya escrito esta ingente cantidad de líneas defenestrando a una banda que supo conquistarme, tengo una pequeñísima esperanza de que Martin y sus compañeros de banda me tapen la boca con un nuevo repertorio. Que me hagan borrar todas y cada una de estas palabras que hoy tristemente arrojo en su contra. Seré feliz de decir que tendrían razón y yo me equivoqué más que groseramente. Pero por ahora, hasta siempre. Kyrie Eleison. Coldplay han muerto, que viva Coldplay. Pero haciendo rock.

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