MUERTO, COOL Y EN EL HALL OF FAME

Kurt

En STAY AWAY, Kurt Cobain entona: “Mejor estar muerto que ser cool”. En su caso, ser cool hubiera sido conformarse con la fama y la fortuna que le llegó, cosa irónica, a fuerza de gritar su intolerable dolor. Pero Cobain era no sólo inusualmente talentoso, sino inusualmente honesto e inteligente.

Sabía que lo que llamamos la industria de la música era un mounstro demasiado voraz para ser saciado, y demasiado estúpido también. Cuando allá del otro lado, del lado del público, algunos interpretaron la canción de “Polly” como una glorificación de la violencia sexual, demostrando así, que ese público entendía poco de las sutilezas de la ironía y, para acabar pronto, muy poco de la complejidad y veracidad de Nirvana; Cobain entendió que, para el caso, bien podría estar cantando en el desierto. Daría igual. Nada tenía importancia. NEVERMIND.

Existen videos, documentales y demás cosas visuales que cuentan su historia con mesura y lucidez. Los tres integrantes de Nirvana dejaban claro que sabían que esa entrega a la luminosidad de la creación se estaba perdiendo en el camino, entre creación y público. Ver a Cobain en sus últimos conciertos lastimaba. Interpretaba sus “grandes éxitos”, himnos de su generación, con una mezcla de burla y clamor desesperado. Era, evidentemente, un hombre atrapado por la industria del rock y por su mismo público.

En esas últimas presentaciones en vivo, Grohl y Novoselic a duras penas sobrevivían al torbellino de un Cobain que cantaba, gritaba, daba vueltas sobre el escenario, se tiraba al suelo, rompía, derribaba instrumentos, desafiaba la cámara; poseído por los mismos ángeles o demonios que Jim Morrison, Cobain se volvía bufón y mostraba la verdadera, atroz desnudez de su desesperación, hasta salir a gatas del escenario.

En ese pandemonio, los fans se subían al escenario a pisotearlo todo, creyéndose parte del espectáculo, sin entender nada, reflejo de ese enorme vacío que se tragaba Kurt Cobain, esos muros impenetrables contra los que se estrellaba su alarido.

Kurt, martirizado por sí mismo, por sus demonios, por la industria que lo volvió millonario y miserable a la vez, se convirtió en el chivo expiatorio de un mundo que, aunque bailando desaforado al ritmo de himnos como "Lithium", en el fondo solo quería espectáculo, dinero y para colmo, que Kurt Cobain fuera cool.

Una vez desollada la víctima del sacrificio, ya no le perdonamos siquiera su desesperación, y aun después de muerto lo culpamos, increíblemente, de haber sido “un mal ejemplo para la juventud”. Daria risa, si no fuera una acusación tan cruel y hasta idiota.

Hoy Nirvana es parte del Salón de la Fama del Rock, para muchos a favor o en contra, nuevamente Kurt Cobain es cool.

Para EL CLUB DEL ROCK – TIM DRAKE

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