Después de 5 años, como lo anunciáramos en El Club del Rock, The Church, una de las más grandes bandas de Australia vuelve a las andadas con álbum nuevo. Personalmente, soy de aquellas personas que no reniegan de los nuevos esfuerzos de bandas experimentadas en la música, sobretodo de aquellos grupos que supieron darme grandes satisfacciones, y aún más cuando tenemos que hablar de trabajos notables. Es el caso de World Peace Is None Of Your Business, el regreso del gran Morrissey, 5: The Gray Chapter de Slipknot o del más reciente Rock Or Bust de AC/DC, por nombrar algunos casos. Sin embargo, la historia de The Church mostraba que había un gran riesgo por adelante en su primer disco tras 5 años (sin contar el EP Coffee Hounds de 2012), tras un disco aceptable pero falto de dinámica como lo fue Untitled #23, y aún más con la partida de Marty Willson-Piper, miembro fundante del grupo.
http://www.youtube.com/watch?v=USpAVmGGkio
No podemos (nadie puede en realidad) hablar de una decadencia en la producción de The Church luego de sus magistrales trabajos durante los ochenta, o incluso en sus experimentales y reflexivos noventa. Pero sí es notorio un declive de aquella chispa de frescura inteligente que los vio surgir hace más de 30 años, siendo aún más marcado este lento pero progresivo estancamiento con el alejamiento de Richard Ploog, segundo baterista de la banda, que los acompañó durante sus momentos más gloriosos. Cada vez más intimistas, cada vez más delicados, The Church llegaban a este 2014 con un antecesor directo que parecía hecho con seda: Untitled #23 era un buen disco, sí, pero sin el nervio pulsante que en otras épocas les hizo ganarse una gran aceptación de público y críticos.
http://www.youtube.com/watch?v=LVKvYLdxHHQ
Y esto es lo que empieza a cambiar desde los primeros acordes de la inicial Vanishing Man, resultando en una apertura que parece dar una sonora vuelta de página respecto de la década anterior, con más energía, ritmos más rápidos y con ese indiscutible sello de oscuridad accesible del grupo. Desde esta canción se hace presente el vacío de texturas de Willson-Piper, pero hay maneras de resolverlo: desde las melodías mejor trabajadas, desde ritmos más agradables o desde otros instrumentos, como los teclados. Llegan así canciones como Delirious, Laurel Canyon o Old Coast Road, desde el lado de la melodía con más construcción; y Love Philtre, Globe Spinning o Toy Head desde lo rítmico, no sólo de la batería sino de todos los instrumentos, que dejan de lado cierta pesadez y suenan más ligeros sin perder fuerza.
El preciosismo sigue ahí, los pasajes extraños siguen ahí (y más vivos que nunca en Globe Spinning o Love Philtre), la reflexión sigue ahí, pero la aletargada sombra de la meditación sonora que tanto pareció inundar a los discos del nuevo milenio comienza a disiparse. Prueba de esto es la duración de las canciones: seis temas duran cerca de seis minutos mínimo y los seis restantes no bajan de los cuatro. No es lo que se dice un disco accesible desde el minutaje, pero el renovado espíritu de The Church hace posible que Further/Deeper sea un álbum que suene vivo y con gran vigor. Globe Spinning, una de las mejores canciones del disco, es una gran muestra de esto, con buenas líneas melódicas, teclados y pianos sonando para evitar los huecos, tiempos rápidos, guitarras punzantes y la imperecedera voz de Steve Kilbey.
Llegando a la mitad del álbum aparece la delicadísima Old Coast Road, ejemplo de que The Church sigue siendo la misma banda que en su momento supo gestar canciones como Tristesse, No Explanation, To Be In Your Eyes o Now I Wonder Why, con ese exquisito pulso jangle-pop melancólico y trascendentalista. Gran punto a favor es el haber recuperado ciertos aspectos de su pasado para construir su futuro, un ejercicio de revisionismo de su neoromanticismo musical, su legado rockero y sus momentos introspectivos, en canciones que suenan actualizadas y aún así grandiosas como Toy Head, Lauren Canyon y Lightning White. Los peros de éste álbum podrían encontrarse en el último tramo, donde se nota aún más la ausencia del guitarrista Marty Willson-Piper acompañando la potencia de Peter Koppes, así como la falta de presencia del nuevo, Ian Haug, en las seis cuerdas, y cierta baja del nivel en temas con buenas ideas pero no del todo bien concretadas como en Let Us Go o el cierre con Miami, canciones que piden a gritos a Koppes y a Willson-Piper desafiarse a guitarrazos.
Había un gran riesgo en el grupo, sobretodo al no contar con uno de sus partes fundamentales, de dar otro paso más en la consistente frenada estilística de The Church. Aún faltando cierto grado de potencia, los australianos han creado un álbum poderoso desde la buena labor melódica, respetando las atmósferas y mejorando lo hecho desde el comienzo del milenio. Lamentablemente, el trabajo podría haber sido aún mejor, si hubieran llegado al punto justo de la fuerza de sonido y la expresión de sentimiento que sí se dio en otros momentos de la banda. No se demuestra una gran interacción entre los instrumentos, que podría haber elevado aún más el nivel de las canciones, pero que por esa frialdad en la praxis no se potencian como debería. Apelando al título, la banda ha ido más adelante en su sonido, sobretodo en lo que respecta a sus antecesores más directos, y más profundo a nivel emocional, mostrando madurez pero sin sonar avejentado. Suena un disco construido con las ideas justas y con las ganas mínimas e indispensables, pero demasiado bien construido para dejarlo pasar.
Nota: 8.50